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Las Máscaras de Nyarlathotep

Madrugada del Lunes, 19 de Enero de 1925
Barrio de Harlem, Nueva York

Pero si el grupo quería saber algo más, debían mirar qué se escondía bajo aquella pesada losa. O al menos, eso pensaban. Además, Vicky seguía pensando en aquellos objetos que había visto tras la cortina. Estaba segura de que ayudarían a la investigación. Así que cuando recuperaron el valor, nuevamente Vicky y Aleister se adentraron en el sótano. Marion, que asustada por la tardanza de sus compañeros había vuelto al interior de la tienda, y Johanne, no parecían tan seguras de que fuera buena idea, pero no hicieron mucho por impedir el avance de sus compañeros.

De nuevo en la habitación, Vicky se dirigió hacia el sistema de poleas, y comenzó a abrir pesadamente esa extraña cubierta de piedra. Antes, de eso,  había entregado a Aleister un extraño cetro plagado de runas que había encontrado en el suelo, junto a las poleas.

Cuando la apertura hacia el pozo ya era de algo más de un metro, Vicky no pudo resistir la tentación de mirar qué se escondía en él. La visión fue si cabe aún más aterradora: una enorme masa de carne informe se expandía y se contraía en el interior. Se componía de docenas de rostros humanos unidos a la masa más o menos cilíndrica y vermiforme de músculos de aspecto enfermizo, veteados de color púrpura. Las caras lloraban, gemían y aullaban de una forma tan terrible que provocaron un shock a la investigadora, cuyas piernas flojearon y parecía que iba a caerse en el pozo.

En un alarde magnífico de reflejos, Aleister vio que su compañera estaba a punto de caer, y cuando notó que los aullidos habían vuelto a alertar a los zombis, que salieron de nuevo a proteger el recinto, rápidamente agarró a Vicky y salieron nuevamente del sótano, cerrando pesadamente la puerta. El ocultista, sabedor de que los horrores podrían hacerle perder la razón, decidió evitar mirar siquiera el pozo.

Vicky no reaccionaba. La visión le había dejado blanca como la leche, y tan sólo acertaba a balbucear palabras inconexas mientras un hilillo de saliva le recorría la comisura de los labios. Johanne trató de sacar de su estado a la investigadora, mientras que Marion insistía en que había que abandonar ese lugar. Mientras tanto, desde el interior del sótano se escucharon unos desagradables sonidos, como de carne triturada por violentos mordiscos, hasta que en el ambiente quedaron tan sólo los extraños sonidos de la criatura.

Contra todo pronóstico, una vez Vicky recuperó el conocimiento, y quizá aún afectada por su estado de shock, quiso volver a adentrarse una última vez en el sótano, aunque sólo fuera para cerrar aquel horrible pozo de pesadilla. Cuando entró a la habitación, observó que las cortinas de la habitación del fondo estaban descubiertas, sin rastro de los extraños seres que había visto antes. Quizá habían caído al pozo y esa cosa los había devorado, calmando su sed, aunque seguía emitiendo horribles alaridos mientras Vicky, temblorosa pero en estado de éxtasis, lograba cerrar aquel agujero maldito para siempre.

Antes de abandonar finalmente la tienda, la investigadora no pudo resistirse y se dirigió rápidamente hacia la habitación tras las cortinas, donde pudo recuperar una serie de objetos, entre los que destacaban una máscara de aspecto siniestro y un libro titulado Senderos Oscuros de África: el mismo que Jackson Elías andaba buscando. 

Absorta en su hallazgo, inconsciente, no reparó en que una sombra se movía a sus espaldas. Uno de los zombis seguía por la habitación, oculto gracias a la escasa luz y pretendía emboscar a la investigadora. Afortunadamente, Aleister estuvo atento y alertó a Vicky, que corrió con todos los bártulos hacia la puerta. En su huída, el monstruoso cadáver andante asestó un mordisco en el hombro de la joven, pero tras un duro forcejeo logró escapar y cerrar aquella puerta. 

El grupo no perdió ni un minuto más y volvieron al coche a toda prisa. Johanne y Marion, estupefactas ante el relato de lo que Aleister y Vicky les contaron, no podían sino intentar convencerse de que aquello tenía que ser fruto de alguna visión o alucinación. Era la única forma de mantener la razón, aunque no podían negar los terribles sonidos que procedían del sótano, y el mordisco de Vicky era bien real. 

Pero la investigadora sabía bien lo que había visto: ese horrible ser informe bajo el pozo era real. Terriblemente real. Y era mejor que quedase allí olvidado.

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Madrugada del Lunes, 19 de Enero de 1925
Barrio de Harlem, Nueva York


Tras varias horas vigilando la entrada a la Casa del Ju-Ju, la madrugada había caído sobre el barrio de Harlem. La policía no frecuentaba mucho aquellos aledaños, y podría decirse que ni siquiera los lugareños paseaban habitualmente por sus calles, y menos aún en la oscuridad de la noche.


Durante aquel tiempo, los investigadores vieron cierto ajetreo en las inmediaciones de la tienda. Varios hombres de raza negra, probablemente inmigrantes ilegales, entraban y salían de la Casa del Ju-Ju. Marion y Vicky enseguida sospecharon que el interior debía esconder algún tipo de sótano o cuarto trasero, porque no era muy lógico que entrase tanta gente en un local aparentemente tan pequeño. Llegaron a la conclusión de que se estaba produciendo una especie de reunión.

Cuando el reloj marcaba la 1 de la madrugada, finalmente las luces de la tienda se apagaron y de su interior salieron tres hombres, incluyendo a Silas N'Kwane. Según los cálculos de los investigadores, ya no debía quedar nadie dentro, y decidieron que era un buen momento para echar un vistazo al interior... pero antes, Vicky y Marion decidieron seguir al trío que había abandonado la tienda con tan mala fortuna que fueron descubiertos, siendo así obligados a disimular y perderse entre los callejones del barrio hasta reencontrarse quince minutos después con el resto de miembros del equipo.

Tras levantar la pesada pero estropeada verja que protegía la puerta del comercio, el grupo forzó a golpes la maltrecha entrada principal tras fracasar en su intento de utilizar ganzúas. No parecía apropiado que todos entraran, por lo que Vicky, armada con su revólver, y el ocultista Aleister se adentraron al interior de la Casa, mientras que Marion y la doctora Johanne quedaban fuera, vigilando que nadie volviese a la tienda.

Una detenida mirada al interior permitió al ocultista encontrar una trampilla detrás del mostrador, que daba paso a una estrecha escalera de madera hacia el sótano. Fue Vicky la encargada de entrar, utilizando el zipo de Vicky a modo de linterna. La bajada, de unos 6 metros, conducía a un pasillo que acababa frente a una puerta de aspecto muy resistente. Las paredes, el suelo, y el techo del pasillo eran de piedra, y estaban decorados con símbolos arcanos que no consiguieron identificar.

La puerta del fondo era de roble, reforzado con tiras de hierro. Vicky recordó la llave que Silas N'Kwane parecía tener colgada del cuello. Probablemente, sería la llave que abriera esta puerta.

En aquel momento, Marion observó horrorizada que Silas volvía hacia la tienda junto con un hombre de gran envergadura envuelto en una túnica. Tan sólo tuvo tiempo de avisar a Johanne de la inminente llegada del dueño del establecimiento, antes de abandonar la estancia para ocultarse entre las sombras de la noche. La doctora por su parte se adentró al interior de la tienda y bajó hasta encontrarse con el ocultista y la investigadora. Cerró la trampilla y quedaron en silencio, cuando por fin escucharon que los dos africanos entraban en la tienda.

Con las pulsaciones acelerándose a velocidad de vértigo, los tres investigadores vieron cómo alguien abría la trampilla y echaba un vistazo, quizá buscando a inquilinos no deseados. Afortunadamente, la oscuridad de la estancia les mantuvo a salvo, y el extraño volvió a cerrar la trampilla para acto seguido ponerse a charlar con su compañero en un idioma que no alcanzaron a reconocer.

Decididos a entrar en aquella puerta, los tres personajes urdieron un plan: Vicky golpearía pesadamente la puerta, buscando llamar la atención de los africanos, para que cuando éstos bajaran al sótano, Johanne y Aleister pudieran sorprenderles bajo las escaleras provocando su caída.

El plan funcionó a la perfección, y consiguieron derribar al corpulento compañero de Silas mientras descendían por el pasadizo, que se llevó por delante al dueño de la tienda. El impacto contra el suelo fue brutal, y ambos quedaron inconscientes tras sendos golpes en la cabeza. Johanne comprobó ipso-facto que uno de ellos había muerto en el acto, mientras que el otro, el propio Silas, había quedado inconsciente. Aprovecharon para atar al anciano, por si acaso, y extraerle la llave que colgaba de su cuello. Además, en el cuerpo sin vida de su compañero encontraron una curiosa cinta metálica con algunas extrañas inscripciones y runas que Aleister decidió guardar.

Vicky cogió la llave y temerosa, se adentró al sótano.  Junto a la entrada, había dos postes verticales de los que colgaban correas de cuero, que los investigadores supusieron que servían en los rituales que los rumores apuntaban que allí se producían. En el centro de la habitación, rodeada por una gran cantidad de tambores africanos y algunos extraños sombreros rojos, había un pozo de 2,40 m de diámetro, cubierto por un bloque de gruesa piedra negra. El bloque parecía moverse mediante unas poleas que colgaban del techo. Aunque la escasa luz con la que contaban no permitía ver toda la estancia, Vicky vio que en el fondo una cortina parecía dar paso a otra habitación.


De haber sabido lo que encontraría allí, quizá Vicky hubiera decidido no acercare y salir corriendo de allí, pero la curiosidad de la investigadora la impulsó a echar un ojo y descubrir aterrada que cuatro figuras mutiladas se mantenían de pie tras la cortina. Llevándose la mano a la boca para evitar la arcada producida por el pestilente olor a putrefacción, Vicky alcanzó a ver algunos objetos terribles, pero antes de que pudiera echar mano de ellos, uno de aquellos seres se movió. Tenía una tremenda herida en el estómago, y parte de sus intestinos salían torpemente a través de ella. Un ojo colgaba de sus cuencas. La visión espantó a la investigadora, que echó a correr hacia la salida, saliendo indemne de lo que había presenciado.


Todavía en estado de shock, Vicky relató a sus compañeros lo que había visto. Quería convencerse de que aquellos seres aún seguían con vida, aunque cualquier análisis lógico llevaría a la conclusión contraria. Se escondieron bajo la escalera, hasta que el silencio volvió a apoderarse de la estancia.
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Domingo, 18 de Enero de 1925
Nueva York

Tras la amarga despedida final a Jackson Elías, el equipo reposaba en una de los pisos en propiedad de la señorita Vicky, siempre y cuando pudiera llamarse reposar al minucioso análisis que el grupo estaba realizando sobre las pruebas recopiladas hasta el momento. Los indicios apuntaban inefablemente hacia dos lugares: La misteriosa Casa Ju-Ju, cuyo dueño aparecía mencionado en la tarjeta de visita de Importaciones Emerson, y la mansión de la afamada Erica Carlyle, que bien pudiera arrojar más datos acerca de la expedición. Pero además, Aleister Crowley parecía interesado en conocer a Mordecai Lemming, el experto en temas africanos con el que solía contactar el teniente Poole.

Así pues, mientras que Johanne y Marion fueron a la biblioteca municipal a informarse en prensa y hemerotecas acerca de Erica Carlyle, Aleister y Vicky se dirigieron a visitar al extravagante señor Lemming.

Las investigaciones realizadas en la biblioteca no fueron muy fructíferas, más allá de leer acerca de cómo Erica parecía estar enmendando los años de despilfarro de fortuna familiar llevados a cabo por Roger Carlyle. La hermana del playboy no parecía alguien de fácil acceso, debido a su privilegiada posición social, pero pero la doctora y la arqueóloga consiguieron dar con el nombre de Bradley Grey, un personaje cercano a Erica que bien pudiera resultar de utilidad para concertar una cita con la heredera de la fortuna de la familia Carlyle.

Pero si la visita a la biblioteca no pareció haber tenido demasiado éxito, menos aún tuvieron Aleister y Vicky en su entrevista con Mordecai Lemming. El 'experto' en folklore africano resultó ser un charlatán cuya mayor habilidad era la de enlazar medias verdades de tal forma que un oyente normal pudiera picar el anzuelo y creerse que se hallaba ante una eminencia en el tema. Pero el ocultista Aleister enseguida captó al farsante, empeñado en relacionar sectas de vudú con el asesinato de Jackson Elías. La pareja de investigadores abandonó el hogar del señor Lemming sin nada nuevo.


Reunidos de nuevo en el piso de Vicky, el grupo decidió que era hora de realizar una visita a la Casa Del Ju-Ju. Al ser domingo, probablemente se encontrarían con la tienda cerrada, y quién sabe, a lo mejor podían echar un vistazo accediendo a su interior sin levantar sospechas...


La tienda se encontraba en el barrio de Harlem, al este de la Avenida Lenox, en una calle que se abría a un patio cuadrado de 6 metros de lado. Las únicas puertas del patio son la entrada de La Casa del Ju-Ju y una puerta trasera de una casa de empeños abandonada.

Las gentes del barrio de Harlem no parecían muy predispuestas a hablar con este grupo de extraños que había llegado a su zona, pero mostrando algo de simpatía y educación el equipo consiguió oír algunos rumores que apuntaban a que durante algunas noches, periódicamente, se oían gritos y cánticos procedentes de la tienda.

Cuando el grupo pasó por allí, pudo observar como dos hombres de raza negra entraban a la tienda, así que Marion y Vicky decidieron que podía ser una buena idea acceder a la misma. La fachada de la tienda consistía en un escaparate y una puerta de vidrio, ambas con cortinas por le interior que dificultaba ver lo que había dentro. En el escaparate había piezas de arte africano que Marion identificó como piezas auténticas y genuinas.

Dentro, el lugar estaba sucio, polvoriento y atiborrado de artefactos tribales como máscaras, tambores, tallas de bestias salvajes o piezas de marfil. El ambiente es desalentador, y en el interior, hay un grupo de clientes además del dueño de la tienda, a quienes Vicky y Marion identifican como Silas N'Kwane.

Los presentes miraban con cierto recelo a la pareja, por lo que la arqueóloga procuró sin mucho éxito evitar sospechas preguntando por una de las máscaras allí presentes, pero pronto fueron dirigidos toscamente hacia la salida, bajo excusa de que la tienda no estaba abierta al público los domingos.

La extraña actitud de Silas N'Kwane y los turbios rumores sobre la tienda indujeron al equipo a vigilar desde el coche durante horas las inmediaciones de la tienda, con el objetivo de conocer de primera mano quiénes se movían alrededor de la misma.  Quién sabe, quizá aquella noche volverían a escucharse aquellos extraños cánticos de los que hablaban los vecinos...



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Sábado, 17 de Enero de 1925
Nueva York

Aleister llegó a la estación de tren de Cambridge a primera hora de la mañana, donde le esperaba Marion con el objetivo de que ambos se reuniesen de nuevo con la bibliotecaria Miriam Artwright y pudieran avanzar en la identificación del símbolo de la frente de Jackson Elías. El entusiasmo mostrado por la señora Artwright al respecto daba esperanzas de arrojar algo más de luz sobre el asesinato del escritor.

Fue una mañana fructífera para el trío. Las investigaciones realizadas junto a la señora Artwright habían rebelado que el símbolo de la frente de Elías procede de una secta llamada La Lengua Sangrienta, centrada en Kenia.

Mientras tanto, tras aplicar las consiguientes curas en el centro médico, Johanne se dirigió hacia el Colegio de Medicina de Nueva York. La intención era clara: acceder a las notas sobre Elías que el doctor Huston había recopilado y que tras su muerte, habían quedado bajo custodia del Colegio. No parecía una tarea sencilla, pero Johanne confiaba en que sus contactos podrían ayudarle a conseguirlo.

Así pues, la doctora se puso en contacto con Kevin Livingstone, antiguo compañero de Universidad, a quien no le resultó excesivamente difícil acceder a los papeles de Huston y entregárselas a Johanne, que prometió entregarlos de vuelta lo antes posible, para evitar levantar sospechas.

Aquellas notas representabban el mejor atisbo posible a la mente de Roger Carlyle cuando alió en dirección a Londres y después hacia El Cairo. Relataban un extraño sueño recurrente que el propio Roger sufría, en el que una voz le instaba a 'convertirse en Dios', y que consideraba una especie de llamada. También aparecía citada la sacerdotisa M'Weru, una suerte de confidente para Roger Carlyle. Las notas terminaban con una anotación del doctor Huston en la que señalaba que no tenía más remedio que acompañar a la expedición...

Por otra parte, a investigadora privada Vicky Dragonson decidió dedicar aquella mañana a visitar las oficinas de Importaciones Emerson, con el fin de averiguar qué implicación pudiera tener con el asesinato de Jackon Elías: su tarjeta apareció en aquella fatídica habitación. La empresa ocupaba un edificio largo y estrecho con muelles de carga delante y detrás, habilitado como almacén. La oficina se situaba en un altillo de la parte delantera.

Fue recibido por Arthur Emerson, un hombre de unos 50 años, que enseguida expresó su condolencia cuando Vicky le informó de la muerte de Jackson Elías. El señor Emerson recordaba la visita del escritor, quien había etado recorriendo algunos importadores para buscar pistas en su investigación.

Arthur informó a Vicky de que su empresa es el agente en Nueva York del exportador keniata Ahja Singh, cuyo único cliente en los EEUU es la Casa del Ju-Ju, una tienda de folklore africano con docmicilio en el 1 de Ransom Court, Nueva York. Intrigada, la investigadora incidió en el tema, pero tan sólo consiguió obtener una vaga descripción del dueño, de nombre Silas N'Kwane.

Vicky intentó que el señor Emerson reconociese la foto del carguero que encontraron en el hotel Chelsea, pero el empresario dijo no conocerlo. Afirmaba tener su propia flota.

No contentas con la información obtenida, las dos mujeres visitaron acto seguido la policía portuaria a fin de tener más datos acerca del misterioso carguero. Gracias a la reputación de Vicky, que había colaborado con la policía de Nueva York en más de una ocasión, pudieron enterarse de que aquella foto fue tomada sin lugar a dudas en Shangai, y que el carguero tenía un nombre: Ama Oscura.

El día acabó con todo el grupo reunido de nuevo, haciendo acto de presencia en el funeral de Jackson Elías. A pesar de la fama del escritor, no acudió demasiada gente, y la ceremonia fue rápida y sin sobresaltos. Allí, los investigadores volvieron a encontrarse con Jonah Kensington, quien valoró positivamente la presencia del grupo, hasta tal punto que tras otra charla, consiguieron acceder a las últimas notas del escritor, que tal como ya indicara el propio señor Kensington previamente, parecían mostrar que Jackson Elías había perdido el juicio...
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