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Las Máscaras de Nyarlathotep

Madrugada del Lunes, 19 de Enero de 1925
Barrio de Harlem, Nueva York


Tras varias horas vigilando la entrada a la Casa del Ju-Ju, la madrugada había caído sobre el barrio de Harlem. La policía no frecuentaba mucho aquellos aledaños, y podría decirse que ni siquiera los lugareños paseaban habitualmente por sus calles, y menos aún en la oscuridad de la noche.


Durante aquel tiempo, los investigadores vieron cierto ajetreo en las inmediaciones de la tienda. Varios hombres de raza negra, probablemente inmigrantes ilegales, entraban y salían de la Casa del Ju-Ju. Marion y Vicky enseguida sospecharon que el interior debía esconder algún tipo de sótano o cuarto trasero, porque no era muy lógico que entrase tanta gente en un local aparentemente tan pequeño. Llegaron a la conclusión de que se estaba produciendo una especie de reunión.

Cuando el reloj marcaba la 1 de la madrugada, finalmente las luces de la tienda se apagaron y de su interior salieron tres hombres, incluyendo a Silas N'Kwane. Según los cálculos de los investigadores, ya no debía quedar nadie dentro, y decidieron que era un buen momento para echar un vistazo al interior... pero antes, Vicky y Marion decidieron seguir al trío que había abandonado la tienda con tan mala fortuna que fueron descubiertos, siendo así obligados a disimular y perderse entre los callejones del barrio hasta reencontrarse quince minutos después con el resto de miembros del equipo.

Tras levantar la pesada pero estropeada verja que protegía la puerta del comercio, el grupo forzó a golpes la maltrecha entrada principal tras fracasar en su intento de utilizar ganzúas. No parecía apropiado que todos entraran, por lo que Vicky, armada con su revólver, y el ocultista Aleister se adentraron al interior de la Casa, mientras que Marion y la doctora Johanne quedaban fuera, vigilando que nadie volviese a la tienda.

Una detenida mirada al interior permitió al ocultista encontrar una trampilla detrás del mostrador, que daba paso a una estrecha escalera de madera hacia el sótano. Fue Vicky la encargada de entrar, utilizando el zipo de Vicky a modo de linterna. La bajada, de unos 6 metros, conducía a un pasillo que acababa frente a una puerta de aspecto muy resistente. Las paredes, el suelo, y el techo del pasillo eran de piedra, y estaban decorados con símbolos arcanos que no consiguieron identificar.

La puerta del fondo era de roble, reforzado con tiras de hierro. Vicky recordó la llave que Silas N'Kwane parecía tener colgada del cuello. Probablemente, sería la llave que abriera esta puerta.

En aquel momento, Marion observó horrorizada que Silas volvía hacia la tienda junto con un hombre de gran envergadura envuelto en una túnica. Tan sólo tuvo tiempo de avisar a Johanne de la inminente llegada del dueño del establecimiento, antes de abandonar la estancia para ocultarse entre las sombras de la noche. La doctora por su parte se adentró al interior de la tienda y bajó hasta encontrarse con el ocultista y la investigadora. Cerró la trampilla y quedaron en silencio, cuando por fin escucharon que los dos africanos entraban en la tienda.

Con las pulsaciones acelerándose a velocidad de vértigo, los tres investigadores vieron cómo alguien abría la trampilla y echaba un vistazo, quizá buscando a inquilinos no deseados. Afortunadamente, la oscuridad de la estancia les mantuvo a salvo, y el extraño volvió a cerrar la trampilla para acto seguido ponerse a charlar con su compañero en un idioma que no alcanzaron a reconocer.

Decididos a entrar en aquella puerta, los tres personajes urdieron un plan: Vicky golpearía pesadamente la puerta, buscando llamar la atención de los africanos, para que cuando éstos bajaran al sótano, Johanne y Aleister pudieran sorprenderles bajo las escaleras provocando su caída.

El plan funcionó a la perfección, y consiguieron derribar al corpulento compañero de Silas mientras descendían por el pasadizo, que se llevó por delante al dueño de la tienda. El impacto contra el suelo fue brutal, y ambos quedaron inconscientes tras sendos golpes en la cabeza. Johanne comprobó ipso-facto que uno de ellos había muerto en el acto, mientras que el otro, el propio Silas, había quedado inconsciente. Aprovecharon para atar al anciano, por si acaso, y extraerle la llave que colgaba de su cuello. Además, en el cuerpo sin vida de su compañero encontraron una curiosa cinta metálica con algunas extrañas inscripciones y runas que Aleister decidió guardar.

Vicky cogió la llave y temerosa, se adentró al sótano.  Junto a la entrada, había dos postes verticales de los que colgaban correas de cuero, que los investigadores supusieron que servían en los rituales que los rumores apuntaban que allí se producían. En el centro de la habitación, rodeada por una gran cantidad de tambores africanos y algunos extraños sombreros rojos, había un pozo de 2,40 m de diámetro, cubierto por un bloque de gruesa piedra negra. El bloque parecía moverse mediante unas poleas que colgaban del techo. Aunque la escasa luz con la que contaban no permitía ver toda la estancia, Vicky vio que en el fondo una cortina parecía dar paso a otra habitación.


De haber sabido lo que encontraría allí, quizá Vicky hubiera decidido no acercare y salir corriendo de allí, pero la curiosidad de la investigadora la impulsó a echar un ojo y descubrir aterrada que cuatro figuras mutiladas se mantenían de pie tras la cortina. Llevándose la mano a la boca para evitar la arcada producida por el pestilente olor a putrefacción, Vicky alcanzó a ver algunos objetos terribles, pero antes de que pudiera echar mano de ellos, uno de aquellos seres se movió. Tenía una tremenda herida en el estómago, y parte de sus intestinos salían torpemente a través de ella. Un ojo colgaba de sus cuencas. La visión espantó a la investigadora, que echó a correr hacia la salida, saliendo indemne de lo que había presenciado.


Todavía en estado de shock, Vicky relató a sus compañeros lo que había visto. Quería convencerse de que aquellos seres aún seguían con vida, aunque cualquier análisis lógico llevaría a la conclusión contraria. Se escondieron bajo la escalera, hasta que el silencio volvió a apoderarse de la estancia.

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