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Las Máscaras de Nyarlathotep

Miércoles, 21 de Enero de 1925
Nueva York

Los investigadores se enfrentan a los inevitables nervios de quienes saben que se encuentran ante una buena oportunidad para avanzar en la investigación, pero que para lograrlo tienen que obrar con sumo cuidado. La señorita Carlyle no es una mujer cualquiera: a sus 26 años, es la única heredera de la fortuna de la familia Carlyle, desde que los tribunales kenyatas declararon muerto a su hermano Roger, confirmados por los tribunales de estado de Nueva York, y por lo que han podido saber, los asuntos relativos a la expedición que lideró su difunto hermano no están entre sus temas favoritos.

La mansión Carlyle se encuentra en Westchester, a media hora al norte de Nueva York, junto al río Hudson. La finca consiste en una elegante mansión de dos pisos, rodeada de 2 hectáreas de terreno sobriamente cuidado, todo ello protegido por una verja de 3'60m de altura rematada por afiladas puntas. A juzgar por el número de guardias presentes, se toman muy en serio la seguridad.

Al llegar y mostrar sus acreditaciones, un hombre de gran envergadura que se hace llamar Joe Corey, acompaña a los investigadores hacia el despacho de la señorita Carlyle, donde les informa de que dispondrán de una hora de entrevista para explicar aquello que ya adelantaron a su abogado Bradley Grey.

Los investigadores afirman que existe la posibilidad de que su hermano siga vivo, y aunque Erica se decepciona al comprobar que no le muestran ninguna prueba fehaciente de ello, consiguen arrancarle algunos datos extra.

Durante la charla, Erica Carlyle mantiene una fachada de elegancia y robustez, pero resulta evidente que no le gusta hablar sobre la expedición de su hermano. En muchos momentos menciona a la negra, acusándola de ser la culpable de los últimos desvaríos de su hermano. Para Erica, el mero hecho de que tuviese atracción hacia alguien de raza negra ya era una muestra de lo depravado que habían llegado a ser los gustos de Roger.

Erica evita constantemente hablar de los sueños de su hermano, que durante la última época estaba especialmente obsesionado con una serie de libros arcanos. Reconoce que envió a Roger a visitar al doctor Huston para tratar esas pesadillas, y que en ocasiones se siente culpable por ello, ya que a pesar de la influencia evidente de la negra, considera que el doctor Robert Huston también animó a su hermano a mostrar la expedición.

Al escuchar hablar sobre esos libros, los investigadores no pierden un minuto en solicitar a Erica el acceso a su biblioteca para mirar examinarlos en detalle, a lo que la señorita Carlyle se niega en rotundo, alegando que no dispone de esos libros. Ante su cada vez mayor insistencia, Erica Carlyle acaba ofendida, pidiéndoles que por favor abandonen la estancia y dejen la memoria de su hermano en paz. Haciendo caso omiso de las elegantes peticiones de la señorita Carlyle, los investigadores se enroncan en la petición del acceso a dichos libros, lo que acaba por colmar la paciencia del robusto Joe Corey, que acompaña a Erica en todo momento.

Cuando el Aleister observa al guardaespaldas de Erica echar mano al interior de su gabardina, exigiendo el inmediato abandono de la estancia, en un acto de locura que pocos llegan a comprender, procura propinarle un puñetazo. Corey evita sin dificultad el golpe, y saca finalmente un revólver de grandes dimensiones que apunta directamente a la cabeza del ocultista. Los compañeros de Aleister, conscientes del lío en el que se han metido, le convencen en abandonar y salen lo antes posible del lugar, ante los gritos y amenazas de Corey, quién les insiste en que no vuelvan a aparecer por allí o deberán pagar las consecuencias.

El grupo vuelve a su base de operaciones, contrariados por la frustrada entrevista, y temerosos de que sus actos puedan acarrear consecuencias en un futuro cercano...

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